Cuento infantil: Lautaro, el Cholo y las Aves del Bosque Araucano (Parte II: Los Piñones)

Segunda Parte: Los Piñones.

Todas las mañanas al salir el sol por entre las cumbres de la Sierra Nevada, Lautaro se levanta, come
un esquisto pan amasado con miel de Ulmo preparado por su madre, acompañado de un calentito y espeso ulpo de harina de piñón que ella le dice niguilleo y se  ha preocupado de dejárselo muy dulce, como le gusta al niño. Se cruza su morral de cuero de oveja y parte camino al lago a recoger piñones, alimento fundamental de la familia, hasta para sus gallinas Coyoncas, que son mas pequeñas, no tienen cola y que ponen huevos azules. En el camino se encuentra con un Colilarga o Epukudén, una pequeña ave adivina que vive entre las Quilas de la cual está muy agradecido porqué hace unos años le convidó una de las largas plumas de su cola, la que guarda cuidadosamente en su cama bajo su almohada para mejorar en los estudios, cuando lee en la escuela pone esa pluma sin que nadie lo vea entre la hojas de su libro para entenderlo mejor. Luego continúa su marcha y su padre ya se divisa pescando al medio de las transparentes aguas del Conguillío en un bote metalico de unos gringos, escasos y casi únicos visitantes del lugar, dice Lorenzo, venidos del Norte del país que lo visitan cada año y que traen buen vino blanco que le encanta al viejo y que lo hace visitante diario de ese campamento, donde llega todas las mañana con una bolsa con pan calentito preparado por su mujer. El Cholo mueve su cola y ladra de felicidad porque le gusta mucho salir todos los días en largas caminatas con el niño, es cierto que a medida que han pasado los años ya se cansa más que antes, ya tiene como 13 años lo que para un perro es bastante, pero el entusiasmo de salir con Lautaro es mucho mas grande, llegan al lado de una enorme Araucaria o Pehuén a la que le dicen los mayores con mucho respeto la Araucaria Madre, el viento canta al pasar entre sus duras hojas que son como la peineta de hueso de su Mamá, y a punta de lanzarle una y otra vez un lazo de tientos cuyano que Lorenzo en su juventud trajo desde la Argentina cuando era arriero y pasaba piños de ganado para Chile, logran echar abajo dos o tres cápsulas repletas de piñones las que al caer al suelo se revientan esparciendo el noble fruto por todo alrrededor, los Choroy salen espantados en gran algarabía reclamando por la intromisión, vuelan a otra Araucaria y parados en ella gritan enojados mirando a los intrusos. Ellos hacen lo mismo cortando el tallo de cada capsula para luego en el suelo proceder a abrir cada fruto con su pico curvo. El Cholo que ve todo esto, mueve su cola feliz y les ladra con su ladrido ronco y fuerte que resuena por todo el valle, los pequeños loros le contestan imitando los ladridos para burlarse del perro, dicen que en la antiguedad eran tan abundante que sus bandadas nublaban el cielo, el niño rápidamente repleta su morral. Ha sido muy buena la cosecha su Mamá estará muy contenta, y todavía tienen tiempo de jugar un buen rato revolcándose con el perro en un pasto verde y suave como una alfombra, luego van a un lugar donde crecen las frutillas silvestres a los que su Mamá les dice Lahueñes y ambos comen del dulce y minúsculo fruto hasta hartarse, sienten como en los grandes arboles trabajan laboriosamente los Carpinteros Negro, a los que su Mamá les dice Reres, los que recorren sus troncos de arriba abajo parando de rato en rato iniciando un martilleo incesante que retumba por todo el bosque, tras el cual extraen como premio apetitosos insectos. En la escuela de Melipeuco, donde Lautaro pasa el invierno en la casa de su abuela, aprendió que tienen una lengua muy larga enrollada dentro de su cabeza que introducen en el agujero hasta muy adentro.
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